Hace poco, durante una conversación con docentes, familias y equipos directivos, surgió una idea que siempre me ha resonado en mis argumentos y autoconversaciones: convertirte en un líder inclusivo no es un objetivo en sí mismo, sino una manera de entender y construir la escuela. Es un camino, un proceso continuo en el que cada acción que desarrollas, cada decisión, cada gesto y cada estrategia se orientan a garantizar que todo nuestro alumando, sin importar sus circunstancias, condiciones, habilidads o necesidads, encuentren su lugar en la escuela donde progresar y ser mejor persona. más preparado cognitiva y humanamente.
En estos diálogos que surgen en espacios formativos, hablamos de cómo la inclusión va más allá de lo visible, de colocar una rampa de acceso o un desarrollar un material desde la perspectiva de la personalización. Es mucho más profundo: es asegurarnos de que todos los alumnos y alumnas no solo estén físicamente presentes, sino que realmente participen, aprendan y, lo más importante, se sientan valoradoas y valorados.
Hablamos de Carmen, una alumna con movilidad reducida. La escuela había instalado rampas para facilitar su entrada al edificio, pero ¿bastaba con eso? ¡Claro que no! La inclusión implicaba mucho más: diseñar actividades deportivas donde pudiera participar, ajustar las dinámicas grupales para que se sintiera parte del equipo y garantizar que en cada excursión escolar o en cada actividad de aprendizaje tuviera las mismas oportunidades que sus compañeros. Eso es liderar para incluir. No es cumplir con lo mínimo, sino crear entornos donde nadie quede fuera, es crear inclusión, generar ecosistemas inclusivos.
Hablando en formaciones, muchas veces surge otra reflexión importante. Liderar para incluir no es el papel exclusivo de los equipos directivos. Es un compromiso que atraviesa a toda la comunidad educativa. Desde la maestra que realizadiseños universales para el aprendizaje hasta la familia que crea modelos en casa de colabración y respeto a la diversidad. Todos somos líderes en este proceso.
Otras veces hablamos de mipropia experiencia y de cómo un liderazgo inclusivo transforma no solo la experiencia de los alumnos, sino también la de los docentes. Cuando los equipos directivos o los equipos con líderes naturales, trabajan juntos para diseñar estrategias que favorecen a todo el alumnado, la cohesión y el bienestar del profesorado también mejoran. Hay algo poderoso en saber que cada pequeño esfuerzo suma para construir una escuela más justa y equitativa.
Siempre hablamos de la importancia de tener una visión clara. Si queremos una escuela inclusiva, esa idea debe ser compartida por todos. Recuerdo a una directora que conocí en Mallorca. En cada reunión de profesores, insistía en que la inclusión no era negociable. Diseñaba junto a ellos actividades que garantizaban que ningún alumno quedara atrás, y no solo con palabras: proponía cambios en las dinámicas de las clases, introducía recursos y apoyos para hacer que todos los materiales fueran accesibles y promovía formas diversas de evaluar, donde la evaluación era mucho más que la calificación, era un proceso formativo constante. Decía que no era fácil, claro, pero poco a poco, su equipo iba entendiendo y participando de la misma visión y que esta era el camino a seguir.
La inclusión exige romper con prácticas tradicionales. Durante años hemos visto cómo los agrupamientos homogéneos y las metodologías rígidas o inflexibles limita las posibilidades de muchos alumnos. Liderar para incluir implica atreverse a cambiar, bajo la información de la evidencia, a probar nuevas formas de enseñar tras la evidencia de la práctica eficaz y a diseñar experiencias que respondan a las necesidades de todo el alumando.
La comunidad eductiva como agente inclusivo
Sin embargo, nada de esto es posible sin empoderar a toda la comunidad educativa. Los líderes inclusivos no imponen sino que acompañan. Proponen, escuchan y crean espacios donde cada voz cuenta.
Recuerdo un colegio en una ocasión comentaba que había introducido la docencia compartida: dos profesoras trabajaban juntas en el aula, combinando sus fortalezas y cordinándose para atender mejor a su alumnado. La energía en esa clase era palpable, y el impacto en los estudiantes, para ellas (a tenor e los resultados) evidente.
Como padre, en tors foros de AMPAS, hemos relfexionado sobre el papel de las familias. ¿Cómo pueden liderar desde casa? Conversando con ellas, he comprobado la cantidad de pequeños gestos que marcan grandes diferencias en este aspecto inclusivo. Enseñar a los hijos a valorar las diferencias, a incluir y a respetar a los compañeros que la actividad le enfrenta dificultades y a participar activamente en la vida escolar son actos de liderazgo inclusivo que, aunque parezcan simples, tienen un impacto profundo en la cultura de la escuela.
La inclusión es un reto constante
Claro que el camino no está exento de obstáculos. La resistencia al cambio y la falta de formación son barreras reales. Pero si algo he aprendido en estos años de activismo es que la voluntad de construir una escuela inclusiva supera cualquier dificultad. Porque, en el fondo, liderar para incluir no es una tarea individual ni un objetivo aislado. Es un compromiso colectivo, una forma de vivir en general y una forma de vivir la educación.
Al finalizar, recordaremos a todos que la inclusión no es un destino al que se llega, sino el camino que recorremos juntos, cada día, con cada decisión que tomamos. Y en ese recorrido, cada paso, por pequeño que parezca, cuenta.
Porque transformar nuestras escuelas es, en esencia, transformar vidas.