¿VOLVER A LA EGB? UNA REFLEXIÓN SOBRE LA ESO EN LOS COLEGIOS DE PRIMARIA

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Una nueva propuesta educativa ha vuelto a encender el debate en la Región de Murcia: la posibilidad de que los colegios de Primaria puedan impartir 1.º y 2.º de ESO. Una medida opcional, voluntaria y dirigida a centros que cumplan con determinados requisitos, pero que, inevitablemente, nos lleva a hacernos preguntas profundas sobre el sistema educativo y sus objetivos.

Algunos ya lo llaman “volver a la EGB”. Pero más allá de la nostalgia, ¿qué hay realmente detrás de esta decisión? ¿Es una mejora sustancial o un parche más? ¿Qué se gana —y qué se arriesga— al mantener a los alumnos dos años más en su colegio?

De qué hablamos exactamente

La medida permite que algunos centros de Primaria —especialmente en zonas rurales o de mayor vulnerabilidad— puedan mantener al alumnado en sus instalaciones hasta los 14 años, ampliando su oferta educativa a los dos primeros cursos de la ESO. La idea es facilitar la transición entre etapas, evitar el abandono temprano y descongestionar los institutos masificados.

Pero esto no es una política generalizada sino que se trata de una opción puntual, limitada y supeditada a condiciones muy concretas: el centro debe disponer de aulas suficientes, espacios específicos como tecnología o laboratorios, coordinación con institutos de referencia y profesorado titulado para Secundaria.

Hasta aquí, todo parece razonable. Sin embargo, como suele ocurrir en educación, el debate no está solo en lo técnico, sino en lo pedagógico, lo ético y lo político.

Las tensiones 

Desde el Ministerio de Educación se ha advertido que esta fragmentación de la etapa de la ESO puede vulnerar su concepción unitaria. La ESO está diseñada como una secuencia curricular de cuatro años, con una lógica interna y un profesorado específico. Separar sus dos primeros cursos podría romper esa coherencia.

Y es cierto. Existe el riesgo de que esta medida, aplicada sin una reflexión pedagógica profunda, acabe generando más desigualdad entre centros, territorios o incluso entre estudiantes. Pero, al mismo tiempo, también puede abrir la puerta a una oportunidad transformadora, si se orienta con criterio y con el foco puesto en el alumnado.
Porque no olvidemos: 

educar no es solo cuestión de espacios, sino de experiencias.

Qué puede aportar esta medida (y qué puede restar)

Este alumnado  de 12 y 13 años ya no son niños ni niñas, pero tampoco son adultos. Necesitan, obviamente,  un enfoque pedagógico que atienda a una educación inclñusiva y de calidad, sus cambios emocionales, sus necesidades cognitivas, sus búsquedas de identidad. 

No se trata de mantenerlos donde estaban,
sino de acompañarlos hacia donde van.

Porque lo importante no es dónde, sino cómo. Permanecer dos años más en el colegio puede ofrecer beneficios reales, especialmente en aquellos contextos donde la fragilidad social o emocional del alumnado es más evidente. La continuidad en el entorno escolar permite mantener vínculos ya consolidados con docentes y compañeros, generando una mayor sensación de seguridad y pertenencia. Esta permanencia también suaviza el tránsito entre Primaria y Secundaria, reduciendo esa ansiedad que muchas familias y alumnos experimentan ante el cambio de etapa. Además, al alargar la estancia en un contexto más cercano y conocido, se facilita un seguimiento más individualizado de las trayectorias escolares, lo que puede ser clave para atender con más acierto las necesidades específicas de cada niño o niña.

Sin embargo, también existe el riesgo de que esta medida se traduzca simplemente en una prolongación de la Primaria, sin una adaptación real a las características propias de la adolescencia. Si no se produce un cambio profundo en las metodologías, en la organización de los tiempos y espacios, y en la manera de acompañar el desarrollo emocional, corremos el peligro de encapsular a los alumnos en una burbuja que acabará estallando. Porque, tarde o temprano —y en concreto, en 3.º de ESO—, deberán incorporarse a los institutos de referencia, enfrentándose de golpe a una realidad para la que quizá no se les ha preparado del modo más adecuado.

Ante esta posibilidad, tres preguntas clave deberían guiar la reflexión de cada comunidad educativa

  • ¿Tenemos un proyecto educativo sólido para trabajar con adolescentes? No basta con quedarse en el colegio. Hay que tener una propuesta adaptada, coherente, con mirada de futuro.
  • ¿Contamos con equipos docentes preparados, bien coordinados y con mentalidad colaborativa?Esta etapa necesita una suma de saberes: la experiencia del profesorado de Primaria y la formación del profesorado de Secundaria.
  • ¿Estamos dispuestos a acompañar emocionalmente a los chicos y chicas en esta etapa compleja?No basta con protegerlos. Hay que darles herramientas, confianza, autonomía.

El verdadero reto: mover miradas, no solo mover paredes

Esta no es una medida mágica. Ninguna lo es. Pero sí puede abrir el debate sobre cómo estamos gestionando la transición entre etapas, cómo cuidamos a nuestro alumnado más vulnerable, cómo reconfiguramos nuestras escuelas para que educar sea acompañar y no simplemente instruir.

Transformar la escuela no pasa por reordenar edificios. Pasa por cambiar las miradas. Por pensar que la adolescencia es una oportunidad de crecimiento, no una amenaza. Que cada paso que damos debe estar orientado a construir una educación más humana, más justa y más consciente de las necesidades reales del alumnado.

Hoy, como ayer, la clave no está en el “dónde”, sino en el “cómo”.
Y el “cómo” siempre empieza por mirar al alumnado en el centro.


Puedes excuchar en el Podcast de Onda Regional Transformando escuela  sobre este mismo tema aquí: https://www.orm.es/programas/el-mirador/transformando-escuela-la-nueva-egb/

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