¿ENSEÑAR MUCHO O APRENDER MEJOR?

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El concepto de enseñar mucho como idea de cumplir con holgura los currículos nos ha introducido en una espiral donde “lo más” sustituye a “lo bueno”. Yo me he decidió a salir de esta rutina e intentar dotar a mis alumnos de herramientas que les ayuden a aprender mejor.
Aprender mejor para aprender más.
VEO
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Observaba hace unos días esta imagen en INED21. Otra de los magníficos textos recuadrados que el magazine resalta y que siempre leo con la sana doble intención de racionalizarlos e incorporarlos, una vez ajustados, en mi esquema de pensamientos profesionales.
Es absolutamente cierto. Lo comento frecuentemente con mis allegados y lo escribo recurrentemente en mi blog, a modo de terapia: la evolución que cualquier alumno realiza desde infantil (pasando por primaria y secundaria obligatoria) hasta llegar a bachillerato es inversamente proporcional al interés por aprender y directamente proporcional a deseo de finalizar estas etapas educativas. Una rutina que expulsa a los alumnos de las aulas y que convierte la idea abandonar el aprendizaje en la gran aspiración de cualquier estudiante.
No soy nada ortodoxo y no he hecho nunca una investigación longitudinal sobre el tema. Pero sí he acumulado suficientes evidencias cualitativas al respecto a través de estudiantes que he tenido a mi alrededor.
PIENSO
Para reflexionar sobre el tema simplemente tenemos que observar la evolución en torno a tres elementos (imaginación, curiosidad y creatividad) y ver como la “escuela va aniquilando a las tres”. Nunca agradeceremos lo suficiente a Sir Ken Robinson que haya sido capaz de delatar públicamente tales asesinatos.
Con este tema mi razón y mi corazón de maestro me insiste en la necesidad de corregir los errores que estamos cometiendo, día tras día, en la enseñanza y de los que es necesario salir: «O le damos la vuelta como un calcetín a esto de la Escuela y la Educación o seguiremos haciendo “el indio”»escribía, hace unos días, Manuel Jesús Fernández Naranjo en estas mismas páginas, como grito desesperado ante la impotencia de ver cómo el síndrome de Lampedusa (que todo cambie para que todo siga igual) campa a sus anchas.
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“Yo explico, tú haces ejercicios y luego te examinas… y a ser posible NO hables NI te muevas mucho”.
Con estas palabras comentaba Domi Mudarra a @balhisay en e-aprendizaje, la manera en la que vivió dos cursos tras la incorporación a una tutoría de primaria, tras muchos años de profesora de educación física, guiados por los libros de texto y una metodología tradicional, hasta que dijo: ¡basta!
El cambio de paradigma educativo es algo más que la permuta metodológica. Se trata de un cambio filosófico: El conocimiento no existe fuera de la conciencia humana.
El conocimiento no está en los libros de texto. Quizás sí la información ordenada, aséptica, culturalmente correcta y adecuada. ¿Es eso lo que queremos? eliminar la capacidad crítica, anular la iniciativa, acomodarnos al “placebo del conocimiento enlatado”? La metodología transmisora es unregalo envenenado al que nos han inducido las editoriales de libros de texto: no es necesario que trabajes,… nosotros lo hacemos por ti; tampoco es necesario que tus alumnos piensen pues todo lo que necesitan saber está en nuestros libros de texto.
Al memorizar, igualamos falsamente el “aprendizaje” a la “memoria cortoplacista”: el conocimiento no se demuestra en un examen de preguntas y respuestas fácticas, respondiendo rápidamente a un hecho, dato o definición. Esencialmente estas preguntas son inútiles porque se trata de cuestiones con respuestas únicas, que convierten el aprendizaje en conocimiento inerteestáticofinalista yunidireccional. Este tipo de preguntas eliminan la posibilidad de aprender cosas más interesantes que fluyen por el aula cuando enseñamos al revés, y conseguimos aprendizajes dinámicos, que se abren hacia nuevos retos y que aparecen a través de variedad de imágenes y posibilidades.
Se trata convertir el aula en un espacio de intercambios simbióticos y apasionados y el aprendizaje en un elemento motivador basado en el desafío y la actividad mental constante, distanciado de la monotonía de la recitación y la saciación por repetición.
ME PREGUNTO
Qué prefiero, ¿enseñar mucho o que mis alumnos aprendan mejor?
La escuela padece de estrés curricular. Uno de los problemas es que tenemos prisa. Una prisa inducida por la presión que ejerce la necesidad de finalización de programas y las exigencias de mínimos curriculares para el curso siguiente. Un estrés derivado de la idea bancaria del aprendizaje en la que cada imposición es a “plazo fijo”, un préstamo “contra diploma”, un depósito en compartimentos estancos sin posibilidad de comunicación.
Me pregunto si esa presión nos ha hecho romper la necesaria narrativa de la educación, la estructura literaria del aprendizaje, el fondo artístico del conocimiento. Me cuestiono si tanta economía en educación nos ha llevado a recortar de lo esencial y hemos convertido en dogma educativo la frase “vamos al grano“.
LAS DUDAS
Quizás aprender a debatir, a trabajar con otros, a analizar datos y hechos, a diferenciar distintos puntos de vista, a ser críticos, a relacionar conceptos, a prever necesidades… en definitiva a transformar la información en conocimiento, es proceso que se nos antoja demasiado lento para los tiempos que corren.
Quizás la solución es la que hacemos los docentes: tomar las riendas del aula, cabalgar al ritmo del inexistente alumno medio y centrar toda la enseñanza en el currículo, en las asignaturas.
Quizás el error está en olvidarnos del alumnado, el cual, absorto como OSNI en la primera fila, se siente tan lejos de lo que ocurre en el aula que, en su fuero más intimo, solo desea que finalicen las clases y huir.
Quizás otra escuela no es fácil, pero sí posible.

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