DE LA INNOVACIÓN A LA TRANSFORMACIÓN

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¿Se puede innovar sin transformar la organización de los centros? Si la respuesta es no, comenzaremos este artículo por la  conclusión: la transformación organizativa es urgente y necesaria: la tercera revolución educativa.
La innovación como el camino del cambio educativo
Fotograma de la película: 2001: Una Odisea del Espacio
Las primeras  revoluciones  comenzaron a producirse  en el ámbito personal. La revolución silenciosa  de cada uno en su intimidad, contagiosa por compañeros y aulas. La revolución educativa empujada desde la insatisfacción  de saber que lo que haces como docente en el aula tiene poco recorrido y que deseas cambiar. Atreverte a salir de la zona de confort; cambiar  creencias sobre lo que es aprender y enseñar; entrar en procesos de formación (compartida, de auto y heteroformación) , aprender “con y de otros” y derivar hacia una didáctica mestiza en lo teórico y lo práctico, ha constituido el gran salto,  la primera revolución educativa: la innovación de ámbito personal. La innovación “por dentro” para poder continuar el proceso.
La segunda revolución salió de las aulas. La constatación que nuestros alumnos no aprenden lo que les enseñamos;  la necesidad de  cambios metodológicos para llevar al alumnado a  aprendizajes auténticos; las necesidad de introducción de las tecnologías de la información y la comunicación como herramientas de aprendizaje y mejora; la modificación de los espacios y los tiempos;  la creación de una nueva arquitectura para aprender, han  instituido una imparable  diáspora hacia territorios inexplorados en las aulas donde el aprendizaje está erigiéndose como el verdadero valor añadido a la escolarización universal.
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Hacia la tercera revolución educativa
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Fotograma de la película: 2001: Una Odisea del Espacio
Las dos revoluciones anteriores nos han traído hasta este punto, por un camino de no retorno que, además,  nos resulta insuficiente o, cuanto menos, lento. Necesitamos un dar un paso más. La tercera revolución: de la innovación  a la transformación.
Jerarquización, estructura cerrada e incomunicada, departamentalización, especialización reduccionista, normativa estandarizada e impersonal, falta de autonomía y anulación de posibilidades creativas, micropolíticas e intereses diversos e incluso antagónicos, relaciones informales ninguneadas, carencia de valores compartidos, ausencia de decisiones estratégicas consensuadas, rigidez en la formación de plantillas…son elementos que definen los modelos organizativos de la mayoría de los centros educativos. Y no es que no sepamos…paradójicamente equipos de trabajo, colaboración, interdependencia, construcción social, creación, interacción…son sustantivos que la mayoría  de los docentes coincidimos en señalar como claves para el aprendizaje auténtico de nuestro alumnado. Si aprender es mejorar ¿podríamos aplicar los mismos conceptos para la mejora de los centros educativos?
¿Es posible que el cambio educativo no pueda avanzar mientras continuemos anclados en organizaciones basadas en “el trabajo en serie” del profesorado? Mi admirado Enguita responde  perfectamente a esta pregunta y argumenta sin paliativos que la excesiva organización burocrática impide que se propongan objetivos cuya consecución sea una responsabilidad común. Esta burocratización  divide el trabajo, con lo que los ámbitos de especialización se convierten en reinos independientes donde  es muy difícil compartir  conocimientos ni resolver problemas en forma colaborativa.
Los centros educativos pueden cambiar en su funcionamiento
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Fotograma de la película: 2001: Una Odisea del Espacio
No es discutible que la escuela está cambiando y que  la presión y el movimiento se están haciendo a pie de obra, llega desde el aula, en un proceso de empuje vertical de abajo arriba. Quizás, el problema estriba en que los docentes nos hemos centrado en lo que sabemos hacer: El cambio personal y metodológico. La visión burocrática hace que difícilmente asumamos riesgos en decisiones organizativas. Necesitamos la tercera revolución: La estructural. ¿Corresponde solamente a los equipos directivos esta transformación?  Evidentemente no. La responsabilidad es de todos, comenzando por los responsables institucionales, y entre todos podemos hacerlo.
¿Pueden los centros innovar para adaptarse a las formas actuales de entender la educación? ¿Pueden los centros cambiar y mejorar? Bolívar, Escudero o Santos Guerra llevan muchos años insistiendo (en ese sentido este artículo no tiene  nada de novedoso) y haciéndonos  reflexionar sobre esa misma pregunta ¿Pueden aprender las escuelas?  La respuesta es contundente: SÍ. No hay novedad, pero sí urgencia y necesidad de compromiso: ya no podemos continuar hablando sólo de  innovación educativa, ahora toca hablar de transformación en la educación.
Sabemos de sobra que  sólo cuando los profesionales están continuamente aprendiendo y pensando colectivamente sobre cómo mejorar su práctica es cuando pueden crear condiciones óptimas para  el aprendizaje de sus alumnos. A esta acción reflexiva debe continuar una acción actual, en la que los equipos directivos tienen mucho que decir: propiciar autonomía y potenciar el liderazgo pedagógico.
Los responsables educativos también tienen mucho que aportar: es evidente que los centros educativos pensados como estructuras burocráticas , regulados por normas e instrucciones cerradas, con procesos de trabajo estandarizados, objetivos preestablecidos por agentes externos, racionalidad y uniformidad, como características esenciales, son espacios para la enseñanza y el aprendizaje que se alejan del dinamismo y la exigencia de una educación creativa: Parafraseando a Sir Ken Robinson, podemos asegurar que  las estructuras organizativas están matando la innovación. 
Es preciso flexibilizar la rigidez en la formación de plantillas docentes, donde los méritos individuales (exclusivamente laborales) den paso a adjudicación de plantillas por Proyectos Educativos, con manifiestas iniciativas de liderazgo pedagógico, compromiso y capacidad de asunción de riesgos en beneficio de la mejora educativa de la comunidad en la que se radica. Seguramente, un modelo de adjudicación de  destinos mixto, con capacidad de aunar derechos individuales y proyectos grupales podría potenciar el desarrollo de iniciativas innovadoras,  variadas y de gran valor educativo.
La cultura del aislamiento del profesorado y el individualismo es, sin lugar a dudas, una de las principales causas del persistente fracaso en la puesta en marcha de cualquier cambio educativo. Trabajo aislado, privado sin ámbitos comunes de compartir y comunicar, continúa conformando el carácter de muchos docentes. ¿Podríamos cambiarlo? El docente, en la escuela clásica, está considerado como un instrumento y no como un agente implicado en las decisiones del propio sistema. Una de las primeras transformaciones necesarias será propiciar  dinámicas autónomas  en los centros que doten de  protagonismo a los docentes, donde la responsabilidad de funciones no esté asignada jerárquicamente, sino  distribuida en relación a cada una de las tareas a desarrollar en cada momento u ocasión.
En definitiva, se trata de una visión de la enseñanza entendida como una tarea colectiva, colaborativa y centrada en el profesorado como el motor del cambio, como profesional con capacidad, autonomía y juicio para la toma de decisiones para la mejora educativa más allá de las paredes de su aula. Una transformación estructural apoyada en tres pilares:
1
Los docentes como compromiso hacia la participación proactiva en la mejora de los centros y el aprendizaje de los alumnos;
2
Los equipos directivos alejados de la visión reduccionista de meros gestores y lanzados como líderes dinamizadores y canalizadores de iniciativas  e intereses compartidos por la comunidad educativa.
3
Los responsables educativos como gestores empáticos, que escuchan activamente a la ciudanía, con capacidad de aglutinar intereses a modo de normativas generadas al lado de la escuela y nunca contra ella.

No esperemos a que nos llegue. La transformación tiene un motor que es intencional ¿Quieres? ¡Puedes!

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