Los sistemas educativos como garantes, no de saberes aprendidos sino de la disposición para aprender y afrontar nuevos retos.
Si nos preguntáramos qué necesitan los ciudadanos para afrontar los interrogantes de su vida, responderíamos: competencia, confianza, autonomía, capacidad crítica y creativa, oportunidades “para ser”… Precisamente todas estas acciones que la escuela -prácticamente- no contempla y, sobre todo, no valora (ni evalúa ni califica).
Contrariamente a esta mirada, la educación se caracteriza -todavía- por conservar y transmitir las “verdades” que, a juicio de los tiempos, han sido esenciales para progreso de la sociedad. Los sistemas educativos, en consonancia, se han erigido como organizadores y certificadores de ese “conocimiento acumulativo”, en la creencia que proveería del “caudal de sabiduría” suficiente para afrontar retos laborales y personales. Un modelo que, aun sirviendo durante siglos a una sociedad cuyos problemas parecían eternamente cíclicos, hoy se aparece como antiguo y ajado.
En la sociedad de los derechos humanos y la tecnología, este modelo de “registro” acreditativo se ha visto sustituido, por un lado, por la mirada de que “la educación encierra un tesoro” (Delors, 1996), donde considerar a la persona y a su ser, ha dotado de sentido a la “otra educación”; y por otro, por el paradigma del conocimiento distribuido, donde la democratización del conocimiento es base del progreso social.
Un par de lineamientos que trasladan el objetivo de instruir en “posesión” a de formar en la “utilización y creación” de conocimiento, colocando a la educación en el papel de herramienta útil para habitar nuestro universo vital.
La competencia y el empoderamiento como claves de sentido y valor dentro de esta renovada óptica educativa en la cual pierde peso el conocimiento estático y reproductivo de los saberes, y emerge con fuerza la idea de un conocimiento multidimensional que incluye saber, saber hacer, saber ser y saber estar: “aprender a aprender”, es decir, generar disposición en el alumnado para ejercer buenos desempeños en contextos complejos y auténticos, como fortaleza para afrontar, con capacidad, competencia y probabilidades de éxito, los nuevos retos que les depare la vida.
Es esta una mirada educativa que nos permite a los docentes colocar a la persona en el centro de la organización y el diseño educativo, superando la acción de “dar” y virando hacia el verbo “dotar”.
En definitiva, un nuevo modelo educativo que, se me antoja imprescindible para hacer una escuela útil socialmente para el siglo XXI.
Para citar:
García-Pérez, J.B. (20 de diciembre de 2020).Crear disposición para aprender y afrontar un mundo cambiante. Aula. (300), p. 10.
Qué artículo más interesante. Jose, es un gusto leer tu blog.
ResponderEliminar¡Me encanto el artículo, eres digno de admirar José! Un saludo.
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