¿Podremos
cambiar la educación si sólo nos quedamos en innovaciones metodológicas? ¿Son
necesarias, además, innovaciones (cambios) estructurales en la organización de
los centros?
La innovación no va al ritmo deseado – comentamos a
menudo los docentes comprometidos con el cambio. La maquinaria es muy lenta, sí, y hay que acelerarla. La experiencia de vivir
el día a día en la realidad de los centros educativos desde distintas ópticas
me hace reflexionar sobre cuáles son los factores paralizantes del proceso. Y
es que, quizás, las iniciativas para el cambio se están focalizando sólo en
algunos aspectos, que sin ser menores, no llegan a actuar sobre otros elementos
del problema.
Utilizando
la analogía del iceberg, podemos asegurar que todavía la parte sumergida es tan potente que lastra
la evolución al ritmo deseado.
La punta de iceberg.
La introducción de la
tecnología
en la enseñanza ha inducido a una enorme e imparable revolución metodológica. La
tecnología educativa está siendo punta
de lanza y parte visible de un cambio
que la evolución social está pidiendo a gritos, a poco que la escuches.
¿Queremos escucharla?
La
tecnología ha sido la culpable del inicio del espíritu innovador… Sí, muchos
docentes necesitábamos una excusa, un revulsivo y las TIC´s nos lo han
proporcionado. La enseñanza debe agradecer a la tecnología muchos de los
cambios metodológicos que están
produciéndose (y los que están por llegar) en la escuela: La escuela abierta y conectada
con el exterior, la escuela informacional donde el profesorado no es el
guardián de los contenidos, la escuela interactiva, donde los aprendizajes se
construyen en relaciones colaborativas y cooperativas por los propios
aprendientes. En contrapartida, la tecnología ha encontrado en la educación un
espacio de difusión, crecimiento y, esencialmente, popularidad
(democratización) que no ha encontrado en otros ámbitos. Entre ambas,
tecnología y educación, han generado una espiral cooperativa y retroalimenticia
que ninguna de ellas podía
imaginar: TIC y Aprendizaje como un par de simbiotes en interacción
estrecha y persistente.
La formación del
profesorado
se ha convertido en otra manifestación de la innovación educativa. Grupos de
docentes de todos los ámbitos, sabedores que no hay cambios sin reflexión
compartida de los implicados, están comprometidos con la creatividad docente de
una forma decidida y valiente.
La
formación inicial de los docentes ha entrado en proceso de cambio y mejora.
Cada día me cruzo con grandes profesionales de la enseñanza universitaria que
están apostando por dar un salto sustancial en la formación de base de los
docentes. Cada día la Universidad bebe más de la realidad escolar y la escuela mejora
a través de los flujos de trabajo compartido con la Universidad.
Pero
eso no es todo, la popularidad de los MOOC, de jornadas y encuentros informales
de docentes en torno a intereses educativos comunes, de trabajo colaborativo a
través de redes profesionales, de formación permanente.., hacen de la formación
otra punta de tiro visible del interés por la innovación de los profesionales
de la educación.
La parte sumergida
Sin
embargo, y pese a que hay un gran movimiento hacia el cambio, éste no avanza al
ritmo que la sociedad lo exige y muchos docentes deseamos. ¿Cuál es el motivo? Una
estructura arcaica que está ejerciendo de lastre que ralentiza cualquier
posibilidad de cambio. Necesitamos cambios organizativos: Des-organizar para después Re-organizar la educación. ¿Nos atrevemos?
A pesar que estamos viviendo en un tiempo de reordenación
de los sistemas sociales, políticos y
educativos, que nos dirigimos inexorablemente hacia disrupciones que cambiarán
la direccionalidad de los mecanismos de las relaciones de la sociedad, la
manera de hacer política y los
modos de aprendizaje y
construcción del conocimiento; a pesar que todo indica que ahora es el momento
de reinventar políticas educativas, de articular proyectos educativos creativos
y eficientes,… no encuentro
muchas evidencias en el horizonte político y educativo en este sentido.
Crear políticas
educativas eficientes es una necesidad, una exigencia hacia nuestros gobernantes. Los
docentes queremos reinventar la educación y necesitamos que nos dejen, que nos
den posibilidades: dar posibilidades implica otorgar autonomía, tener confianza en los ciudadanos y
que éstos respondan con responsabilidad.
Leyes,
decretos, órdenes, reglamentos… todo nos suena a rancio, “viejuno” y obsoleto para mover la rueda
social del siglo XXI. Sabemos que los marcos de referencia conjuntos son
imprescindibles, pero la normativa puede hacerse con los interesados o de
espaldas a ellos. Son vías que unen dos estaciones aunque el sentido del viaje
es diferente: uno es construcción colectiva, el otro es imposición. En pleno
siglo XXI es preciso legislar con los interesados, con los ciudadanos. No son
buenas, (no estamos dispuestos a) las democracias figuradas
En
educación estamos de vuelta de la renovación de leyes educativas que traen más
de lo mismo. Hemos de encontrar estaciones intermedias entre el camino que debe
unir al que legisla y el que aplica. La innovación y la creatividad educativa
sólo vendrán de la mano de marcos legislativos que permitan una autonomía real
a las instituciones educativas.
Autonomía entendida desde las raíces más profundas de la democracia, no
desde el neoliberalismo económico y empresarial. La educación encierra un
tesoro (enunció Delors), pero un tesoro que no sale a bolsa ni participa en el
terreno de juego empresarial. Ofrecer
autonomía favorece el afloramiento de liderazgos escondidos o taponados por la
imposición de gestores institucionales. Necesitamos proyectos locales,
comunitarios, de centro… abiertos a la
comunidad, ajustados a las necesidades
de los participantes y flexibles para pode ser adatados a las situaciones
cambiantes que se producen cada día, no normativas encorsetadas, que determinan
necesidades alejadas de la realidad de cada comunidad y objetivos que no se
comparten por quienes los desarrollan: legislaciones flexibles que respondan a
las necesidades de cada contexto. El derecho a decidir existe, no es una
falacia. Cuando se trata de decidir sobre elementos comunes la decisión
corresponde a todos los implicados.
Crear proyectos
implicará diseñar nuevos sistemas organizativos
en la estructura de los centros, cuyo
hilo conductor sea el beneficio del alumnado y no tanto en criterios laborales
y de derechos “de antigüedad”; donde la comunicación (interna y externa) y la
cultura evaluativa se erija en fuente de procesos de mejora permanente en tres
movimientos imprescindibles: desde dentro,
hacia dentro y hacia fuera; donde
las relaciones estén basadas en estructuras horizontales, de coordinación, de
colaboración y liderazgo, rompiendo con la departamentalización y creado un
trabajo por comisiones que aporten realidad y fortaleza al/a los proyecto/s propios que se desarrollen. En
definitiva, un modelo de cambio que afecte a la cultura escolar establecida
desde hace decenios como modelo estandarizado de organización escolar.
Partimos
de la seguridad de que Otra Cultura Escolar Si Es Posible. Los agentes del
cambio somos los docentes. Desde siempre hemos sido nómadas del aprendizaje: innovar nos
hace progresar.
Lo
hemos dicho y oído muchas veces: Nuestro sistema educativo se quedó
anclado a finales del siglo XIX. Pero no sólo en el currículo y la metodología,
también en el modo de organizar los centros educativos, anclados en los modelos
industriales excelentemente
representados por "la fábrica” del maestro Francesco Tonucci.
Si
echamos un vistazo rápido, observaremos que las referencias de ordenación
académica vienen marcadas por reglamentos, al más puro estilo militarista, más
propio del sentido instructivo de la educación de hace decenios que de los
momentos que vivimos: También es tiempo
de la disrupción estructural de la escuela. ¿Lo intentamos?
No hay comentarios
Y tú, ¿Qué opinas?