«Ver, oír y callar» ha sido
una norma cultural muy arraigada en la sociedad obediente y disciplinada que
sobrevino a la España (y Europa) de la última mitad del siglo XX. La familia de palabras derivadas del vocablo
«instrucción», muy utilizadas como sinónimo de enseñanza, nos dejó una estela
cultural que nos está costando borrar del imaginario docente, a pesar de ser
una acción más vinculada a actividades militares que a desarrollos educativos. De
esta manera, fue calando durante varios decenios la idea de que «no responder ni discutir» las opiniones de tus
superiores, de aquellos que tenían más experiencia, más cultura (desde una
concepción estática) o, sencillamente, sabían más que tú, era una actitud y signo de buena educación.
Así la enseñanza se configuró a través de un modelo transmisivo e instructivo
que ha llegado hasta nuestros días: leer, oír y callar.
Hablar, escuchar, escribir y
leer constituyen el cuaterto de
destrezas lingüísticas básicas que utilizamos para producir actos comunicativos. Estas habilidades dibujan un «cuadrado mágico» que interactúa
permanentemente desarrollando la denominada competencia comunicativa ( y las
sub-competencias en las que se desglosa). De esta manera, hablar, escuchar,
escribir y leer configuran la comunicación humana desde la relación entre dos acciones principales: comprender y
expresar.
A pesar que conforman esta
especie de «pack» indisoluble, los currículos escolares, como en otras tantas
cosas, se vienen empeñando en ofrecerlas
desmenuzadas, para que los alumnos las
aprendan por separado, como si unas y otras fueran absolutamente independientes.
Quizás esta desviación metodológica la llevamos arrastrando desde que la investigación
lingüística, por mor de la necesidad de parcelar el objeto de estudio, las
analiza y define por separado, trasladando esa concepción separatista a la
enseñanza obligatoria, sin caer en la cuenta que sólo se aprenden verdaderamente
cuando las usamos ( y analizamos , si procede) de manera integrada.
Comprender y expresar son dos partes de un mismo acto.
Lo cierto es que si cualquier adulto analizamos, incluso los que no
poseemos conocimientos en neurociencias, los primeros años de vida de un individuo,
observamos que cuando la naturaleza actúa por sí sola (sin la mediación de “ejercicios didácticos”) las dos habilidades, expresión y comprensión van
de la mano en estadios de adquisición y desarrollo. En dicho proceso de
aprendizaje, la comprensión “estira” de la expresión y viceversa: Aprendemos a comprender mensajes y a expresar oralmente en un continuo
retroalimenticio que queda perfectamente integrado en su uso natural y
espontáneo. Así, por ejemplo, los
balbuceos ayudan a expresar y comunicar a un bebé lo que desea y necesita, y las respuestas de los seres que le rodean, le
hacen comprender al bebé cómo funciona la comunicación humana. Es en el «roce» comunicativo que se produce entre estas
dos actividades comunicativas (expresar y comprender) cómo el bebé va
construyendo su pensamiento, y con él va apropiándose de los significados del
mundo que le rodea.
Pero hay un momento en el que estas dos destrezas (comprensión y
expresión) hermanadas y gemelares
desde el inicio, se separan. Esa
situación ocurre cuando el niño deja de ser niño y se convierte en alumno, es
decir, cuando el sistema educativo tiene establecido que este niño necesita
comenzar a desarrollar procesos de lectoescritura. La escuela, en su infinita manía de comenzar
los procesos lectura lo más rápidamente posible, separa las acciones comprensivas
de lectura de las expresivas y, en su exagerada vertiente textual, comienza a
dedicar más tiempo a las habilidades escritas que a las orales. A través de estas
decisiones (de orden y dedicación)
jerarquiza implícitamente las cuatro destrezas.
Durante este proceso, y por los mecanismos descritos, en los que
desdoblamos la destreza de comprender en dos habilidades (escuchar y leer) y la
de expresar en otras dos (hablar y escribir), perdemos las referencias integradoras
que teníamos en la maduración biológica natural y las delimitamos en una
demostración suprema de poder racionalizador de sistema educativo sobre los
objetos de aprendizaje.
No es solamente la inercia
cultural de la práctica, los currículos también
contribuyen a su jerarquización,
otorgándoles a unas destrezas más relevancia que a otras (De hecho, en algunas
comunidades autónomas se ha configurado un área, con importante carga lectiva,
denominada Comprensión Lectora al margen de la clásica de Lengua Española y
Literatura). Vaya por delante que en ningún momento de este artículo quiero dar
a entender que no sea necesario el trabajo didáctico dirigido al desarrollo de
la comprensión lectora y sí centrar mi comentario en la cuestión que me ha
traído hasta este artículo:
¿Es posible desarrollar
la comprensión sin ser acompañada de la expresión? ¿Y lo textual sin lo oral?
Son preguntas que me hago
frecuentemente con alumnos y compañeros cada vez que intentamos aprender juntos
sobre este tema. En una práctica sobre análisis de libros de texto, planteada
a alumnos universitarios, analizamos el predominio de una destrezas sobre otras
y , a pesar de tratarse de un análisis nada riguroso (circunscrito a una
actividad de reflexión práctica en primeros cursos de grado ), pudimos observar
que el desequilibrio entre ellas es manifiesto. Pudimos observar que el predominio de actividades de
aprendizaje dirigido a la comprensión lectora era absoluto y llegamos a la
conclusión que uno de los principales causantes de este desequilibrio es el
despliegue en las aulas de una metodología
eminentemente textual: actividades
de comprensión sobre textos ya dados, actividades escritas sobre comprensión de
esos texto ( preguntas cerradas y de respuesta directa e individual), muy pocas
actividades de escrita expresiva y creativa y, prácticamente, inexistencia de
actividades enfocadas desde la vertiente oral ( ni comprensiva ni expresiva) , reduciendo
la oralidad de la explicación del profesor ( si se puede considerar como
actividad de comprensión auditiva).
Si tuviéramos que realizar
un gráfico, solamente con intencionalidad ilustrativa, lo dibujaríamos con el
eje desplazado significativamente para
dejar mayor espacio al cuarto comprensivo-lector, que es donde se desarrollan la
mayoría de las actividades escolares. Para corroborar esta ilustración, no tenemos nada más que observar la actividad
de una jornada escolar en cualquier centro, en cualquier aula o incluso en la
nuestra propia, y comprobar que la
comprensión escrita es la reina de las actividades de comunicación en el proceso de enseñanza y
aprendizaje.
La integración de destrezas como reequilibrio del eje
expresivo-comprensivo.
Ha sido las TIC (una vez
más) la que nos están ayudando a recentrar el eje de este gráfico, pues nos han
obligado a transitar de un modelo comunicativo puro, a uno interactivo, cambiando
para siempre la concepción del modo en el que esta sociedad aprende: de la transmisión a la interacción.
En la enseñanza y el aprendizaje, un gran principio para el desarrollo
de la competencia comunicativa y el aprendizaje de las estrategias que lo
sustentan, es la integración en uso de las destrezas que la estructuran. Por
más que editoriales y metodologías pasivas se empeñen en otros argumentos, la única forma que se pueden integrar estas
competencias es en plano de la utilidad, es decir, a nivel de su uso tanto en contextos escolares
como personales y sociales. Por tanto, parecen obvias, al menos, dos
conclusiones: (1) que las destrezas lingüísticas no deben aparecer en el aula de manera
aislada, sino integradas en una secuencia de aprendizaje e interactuando unas y
otras y (2) que deben trascender del
aula física.
¿Por qué entonces, en la
escuela decidimos realizar actividades de comprensión lectora aisladas? ¿Por
qué preparamos un área que se llame
comprensión lectora, desdeñando y relegando a segundo plano la expresión
escrita y las destrezas orales? Una
escuela que adoctrina menosprecia la expresión en favor de la comprensión.
Una escuela que no desea
favorecer el pensamiento crítico, potencia la comprensión y silencia la
expresión, como si una de una subliminar «ley mordaza» se tratara.
Para terminar, me parece
importante tener en cuenta que para integrar comprensión y expresión es preciso asumir las siguientes afirmaciones:
- Me gusta
leer porque me gusta escribir.
- Leo y
escribo para aprender.
- Leer me
ayuda a reflexionar, pero
reflexiono escribiendo.
- Escuchar
me sirve para aprender, y comparto lo aprendido hablando.
- Leer es
un placer que se intensifica cuando escribo.
- Leyendo
vives otras vidas y escribiendo imaginas tu propia vida.
En la escuela los alumnos se nos quejan: No me des más rollos!. Es una señal
evidente de que no quieren que sólo le ofrezcamos nuestras ideas, quieren que les ayudemos a expresar las
suyas, que les ayudemos a pensar. La
escuela necesita asumir ese reto y crear espacios y tiempos para ello. Nuestro
alumnado no necesitan tanto responder preguntas que otros enunciaron como formular
las suyas propias: preguntar y
preguntarse es el camino para crear.
Dos consejos que puedes, si lo deseas, aplicar en tus clases:
- No finalices ninguna jornada sin que en tu aula hayan existido
momentos de expresión individual y colectiva. Favorece que tus alumnos
lean, pero invítales ( y exígeles) que escriban, para que expresen. Hazles
ver la importancia: leemos para
comprender y escribimos para
convencer.
- Busca a diario actividades en las que tus alumnos desarrollen la
escucha, pero da oportunidades para que hablen. Hazles ver la importancia del
tándem: escuchamos para dialogar y hablamos para seducir.
…y observa que el cambio reside en evidenciar que leer y escuchar lo hacen nuestros alumnos todos
los días, pero expresar, a duras penas tienen algunas oportunidades: debatir,
opinar, asociar, exponer, predecir, diferenciar, argumentar, concluir,
comparar, dialogar,
dialogar, … son algunas de las acciones para
la creatividad y el cambio en la concepción de la enseñanza, pero sobre todo, en la idea del
cómo se aprende.
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